viernes, 31 de octubre de 2008

Great Expectations

Hola, niñas y niños de la Blogosfera

He estado desaparecida y he dejado mi blog de lado... pobrecillo mío. Vayamos, pues, sin dilación, a lo importante, a la novedad.
Hace una semana conocí en un chat (ejem ejem) a un chico. Lo relevante del caso es que el chico en cuestión vive a menos de 20km de mí (cualquier otro de mi vida estaba a más de 3000km de distancia), es sumamente inteligente, tiene sentido del humor y congeniamos increíblemente bien. Después de hablar y hablar, deduje, por su dominio de la lengua escrita, que había hecho una carrera de Letras y si era así, tendría que haberlo visto por mi edificio... Es 5 años mayor que yo, pero antes de ir a la universidad, se apuntó en Formación Profesional, así que hemos coincidido en fechas en el mismo recinto universitario. Dicho y hecho: tengo que conocerlo sí o sí, tenemos que habernos cruzado mientras él iba a sus clases y yo a las mías, o en el pasillo, qué se yo.
No ha habido intercambio de fotos por esa misma razón; conozco yo más datos suyos que él míos, así que me ha dicho que yo he de mover ficha primero. No lo he hecho aún, pero porque el señorito decidió desaparecer más de una semana sin dar señales. Hoy se conectó y me dijo (reproducción fiel, o sea, copiar y pegar):

Rober_: oye, ¿Qué pasa?
Yyo31: q desapareciste
Yyo31: mi mail desapareció
Rober_: tengo un virus
Yyo31: y yo un perro
Yyo31: no te jode

En fin, que a mí no me vacila nadie... Al principio estuve bastante borde, lo admito, pero ahí reside parte de mi encanto, jajaja (bromita); la verdad es que no quería ponérselo todo demasiado fácil...

miércoles, 8 de octubre de 2008

A vueltas de Madrid, de París, de CASI todo

Ya pasaron los nervios, el histeriqueo. Llegué al aeropuerto de Barajas y llamé a mi hermana por el móvil para tener la mente ocupada, para impedirme pensar que en la sala de llegadas me recibiría Luisito.
Allí estaba, esperando como fiel caballero, armado con una sonrisa nerviosa. Dos besos y un medio abrazo. Fuimos a por el coche y él no paró de hablar. Nombraba cada pueblo por el que pasábamos y repetía: “No me puedo creer que estés aquí, bobita”, sin parar. Fuimos a su casa, llegamos casi a las dos de la madrugada y compartimos cama e insomnio.
Ninguno durmió, pero no porque pasara nada, sino por lo raro de compartir cama. Al día siguiente se repitió la historia. Al otro, nos fuimos a París.