domingo, 10 de agosto de 2008

Noche de famoseo...

Anoche tocó salir a tomar algo. Fui con Helen, una amiga a la que conozco hace menos de un año aunque parece que llevamos de amigas toda esta vida y parte de la anterior. La noche empezó con sorpresas: fuimos a una terraza con la idea de asistir a un concierto determinado, pero nos encontramos con que el cantante al que pensábamos escuchar había actuado la noche anterior, así que recibimos la novedad de que fuera otro cantautor quien nos bailara las horas con los oídos despiertos y siguiendo el ritmo de la música con los pies. Soplaba una suave brisa que por momentos amenazaba con congelarme, aunque agradecí su presencia ya que mecía, a veces al compás de la música, a un puñado de despistadas flores que se precipitaban en loca caída desde los árboles que nos servían de improvisada techumbre. Espera, espera, espera. Demasiado literaria me estoy poniendo... Si hablábamos de fiesta...
Paseamos tras la actuación del chico e improvisamos un picoteo rápido en un Dönner Kebab de la capital. De allí fuimos a una disco a la que casi despertamos (es que llegamos a las 12 de la noche, ejem ejem) pero de la que no nos despedimos hasta las 03:30: en medio, mucha música, mucho más baile y miradas cómplices con un chico que me resultaba tremendamente conocido y al que mi memoria no acaba de ubicar; me suena su cara, sí, pero no sé de dónde. Helen insistía en que me suena porque es casi idéntico a uno de esos “friqui-friqui” que han pasado sin pena ni gloria por el “Gran Hermano”, aunque no es de eso. Juraito. Además, en su rostro se dibujó un rictus de reconocimiento al verme, así que también yo le resulto conocida. La pregunta es ¿de qué lo conozco: de la facultad, es el hermano del ex de mi sobrina,...? Me encuentro con casi de una decena de interrogantes para los que no tengo respuestas certeras. No logro saber quién es el chico de la camiseta celeste. Lo más sencillo hubiera sido acercarme y preguntarle si en realidad lo conocía de algo, si él también me había visto antes, pero las cosas sencillas no son una opción en mi vida: soy complicada, lo avisé. He de admitir que no me lo puso mucho más fácil el que una señora cuarentona se acercara a saludarlo para cerciorarse de que no era el concursante al que se parece. El pobre puso cara de flipar, respondió como quien ha tenido que responder bastantes veces a esa misma pregunta y al poco se fue a la barra a pedir algo, yo juraría que con un enorme deseo de escapar de los comentarios y de las garras de la señora.
Si algo me quedó claro de la noche es que hacía tiempo que no bailaba tanto y con tantas ganas. Seguí el rumbo del falso famoso cuando empezaba a desaparecer de mi campo visual y temía que se fuera de la disco. Falsa alarma. Al poco apareció, escoltado por sus dos amigos. Unos minutos después nos fuimos Helen y yo, que marchamos conscientes de la mirada de seguimiento del “trío la la la”. Caminamos, aunque a veces se me iban los pies en un improvisado baile. Dos o tres pasos, nada de coreografías, que una tiene su sentido del pudor (nota mental: hazte mirar eso, V, que el sentido del pudor no puede ser nada bueno).
Llegamos a otra discoteca, dimos la vuelta de rigor para echar un vistazo al personal, intentamos hacernos un hueco entre tanta gente y me lancé nuevamente a una danza loca. Esta vez me topé con un famosillo de esos salidos de OT, que parecía haber menguado (en la tele parecía mucho más alto...) y al que nadie, más que su compañera de baile, parecía prestarle atención. A eso de la media hora llegó mi interrogante, vestido con su camiseta celeste, y se perdió entre la multitud. Helen llevaba taconazos (chica abanderada de la liga “antes muerta que sencilla”) y empezó a notar los efectos de los centímetros de más debajo de sus pies, así que tuvimos que huir despavoridas hacia casa, buscando la comodidad de sus chinelas, babuchas o como diablos se llamen los zapatos de andar por casa. Eso sí, nos fuimos con la firme promesa de regresar el próximo fin de semana para ver al objeto de mis interrogantes, si va... Quizás así se resuelvan las incógnitas. Si no, siempre nos quedará otra noche memorable.

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