sábado, 23 de agosto de 2008

Mi "muy mejor amigo"

Yo, al igual que el Barajas de la serie “Aida”, tengo un “muy mejor amigo”. Lo paradójico del asunto es que no es un amigo de la infancia, tampoco uno de los del instituto ni los de la facultad; es un amigo que me encontré en un chat. Fui muy cabrona al principio con él, lo admito, y mil veces me he preguntado (y le he preguntado) por qué no me mandó a la mierda, por qué motivo no me eliminó de su cuenta, y listo.
Mi muy mejor amigo llegó a mi vida hace poco menos de un año y se llama Luis. He hablado con él más que con nadie, y confío en él lo que no está escrito. Es bonito tener una persona así, y lo justo sería que todo el mundo tuviera un muy mejor amigo como él. Le cuento mis problemas, mis miedos, mis sueños, y obtengo reciprocidad, un hombro amigo y la certeza de que hay cosas que están destinadas a durar para siempre, a pesar de que nos separen miles de kilómetros. Algo bueno tendré que haber hecho en la otra vida, porque si no, no me explico la suerte que he tenido.

lunes, 18 de agosto de 2008

Antes celeste, ahora verde botella

Hola, niñas y niños del mundo
Anoche tocó marcha de nuevo. Después de tanto tiempo, he salido dos sábados seguidos, ¡increíble! Se ve que yo voy al revés del mundo hasta en eso.
Volví a salir con Helen, que estrenaba vestido monísimo por obra y gracia de una cibercompra; si la semana pasada fueron los zapatos los que no la dejaron bailar, anoche fue su traje, larguísimo. Mi amiga, olvidándose del glamour por unos minutos, se anudó el vestido con un nudo que he dado por calificar de hawaiano, enseñando sus piernas y lo bien que las mueve.
Esta vez salimos de casa a las 00:30 y llegamos a la disco media hora después. Ya el ambiente estaba cargadito, pero sin rastro del chico, famoso por no ser famoso, de la camiseta celeste. Me dio igual porque sé bailar solita y también con público. Casi rozando las dos, y con Helen a punto de desnucarse pendiente de la supuesta llegada de mi amiguito, aparece ese objeto de deseo andante embutido en una camiseta verde botella pidiendo “SWING”. Nuevamente, hubo miradas fijas, no sé si reconociéndonos o sólo viéndonos. No sé si a alguien más le ha pasado, pero descubrí un placer perverso en ver cómo tomaba su cerveza Tropical directamente de la botella. No fue ese el único descubrimiento de la noche. Como en toda película, apareció la mala: una chica vestida con un traje azul y con los ojos pintados sin gusto alguno. Lo entretuvo un buen rato, mientras su amigo hacía buena cuenta de las miradas, ahora de interés, ahora de “quiero que se te rompa el tacón y te vayas, ya de ya, a tu casita”, que yo le echaba al chico de verde, ex celeste, y a su amiguita. Los dejé a los tres hablando y me fui con Helen a otra discoteca. Más gente, más humo, más baile,... “Adoptamos”, por unas horas, a David, un chico muy sonriente y simpático que no paró de bailar bajo nuestra tutela. Al chico de verde, ex celeste, no volví a verlo hasta que salimos para emprender el camino hacia el aparcamiento. Estaba en la puerta. Casi me tropiezo con él. Nos miramos y juro que el aire se podía cortar.
(TO BE CONTINUED)

domingo, 10 de agosto de 2008

Noche de famoseo...

Anoche tocó salir a tomar algo. Fui con Helen, una amiga a la que conozco hace menos de un año aunque parece que llevamos de amigas toda esta vida y parte de la anterior. La noche empezó con sorpresas: fuimos a una terraza con la idea de asistir a un concierto determinado, pero nos encontramos con que el cantante al que pensábamos escuchar había actuado la noche anterior, así que recibimos la novedad de que fuera otro cantautor quien nos bailara las horas con los oídos despiertos y siguiendo el ritmo de la música con los pies. Soplaba una suave brisa que por momentos amenazaba con congelarme, aunque agradecí su presencia ya que mecía, a veces al compás de la música, a un puñado de despistadas flores que se precipitaban en loca caída desde los árboles que nos servían de improvisada techumbre. Espera, espera, espera. Demasiado literaria me estoy poniendo... Si hablábamos de fiesta...
Paseamos tras la actuación del chico e improvisamos un picoteo rápido en un Dönner Kebab de la capital. De allí fuimos a una disco a la que casi despertamos (es que llegamos a las 12 de la noche, ejem ejem) pero de la que no nos despedimos hasta las 03:30: en medio, mucha música, mucho más baile y miradas cómplices con un chico que me resultaba tremendamente conocido y al que mi memoria no acaba de ubicar; me suena su cara, sí, pero no sé de dónde. Helen insistía en que me suena porque es casi idéntico a uno de esos “friqui-friqui” que han pasado sin pena ni gloria por el “Gran Hermano”, aunque no es de eso. Juraito. Además, en su rostro se dibujó un rictus de reconocimiento al verme, así que también yo le resulto conocida. La pregunta es ¿de qué lo conozco: de la facultad, es el hermano del ex de mi sobrina,...? Me encuentro con casi de una decena de interrogantes para los que no tengo respuestas certeras. No logro saber quién es el chico de la camiseta celeste. Lo más sencillo hubiera sido acercarme y preguntarle si en realidad lo conocía de algo, si él también me había visto antes, pero las cosas sencillas no son una opción en mi vida: soy complicada, lo avisé. He de admitir que no me lo puso mucho más fácil el que una señora cuarentona se acercara a saludarlo para cerciorarse de que no era el concursante al que se parece. El pobre puso cara de flipar, respondió como quien ha tenido que responder bastantes veces a esa misma pregunta y al poco se fue a la barra a pedir algo, yo juraría que con un enorme deseo de escapar de los comentarios y de las garras de la señora.
Si algo me quedó claro de la noche es que hacía tiempo que no bailaba tanto y con tantas ganas. Seguí el rumbo del falso famoso cuando empezaba a desaparecer de mi campo visual y temía que se fuera de la disco. Falsa alarma. Al poco apareció, escoltado por sus dos amigos. Unos minutos después nos fuimos Helen y yo, que marchamos conscientes de la mirada de seguimiento del “trío la la la”. Caminamos, aunque a veces se me iban los pies en un improvisado baile. Dos o tres pasos, nada de coreografías, que una tiene su sentido del pudor (nota mental: hazte mirar eso, V, que el sentido del pudor no puede ser nada bueno).
Llegamos a otra discoteca, dimos la vuelta de rigor para echar un vistazo al personal, intentamos hacernos un hueco entre tanta gente y me lancé nuevamente a una danza loca. Esta vez me topé con un famosillo de esos salidos de OT, que parecía haber menguado (en la tele parecía mucho más alto...) y al que nadie, más que su compañera de baile, parecía prestarle atención. A eso de la media hora llegó mi interrogante, vestido con su camiseta celeste, y se perdió entre la multitud. Helen llevaba taconazos (chica abanderada de la liga “antes muerta que sencilla”) y empezó a notar los efectos de los centímetros de más debajo de sus pies, así que tuvimos que huir despavoridas hacia casa, buscando la comodidad de sus chinelas, babuchas o como diablos se llamen los zapatos de andar por casa. Eso sí, nos fuimos con la firme promesa de regresar el próximo fin de semana para ver al objeto de mis interrogantes, si va... Quizás así se resuelvan las incógnitas. Si no, siempre nos quedará otra noche memorable.

jueves, 7 de agosto de 2008

¿Románticos? Sigo buscando...

Hay que ver cómo han cambiado mis ideales amorosos. Cuando de pequeña pensaba las características que había de tener el príncipe azul de mis sueños, la primera, primerísima era que fuera romántico. Sin embargo, a mis 31 otoños cuando leo en cualquier página de contactos que hombre se define como tal o, peor aún, como “meloso”, huyo. En serio. Me los imagino de cursis diciendo “cari”, “princesa” y se me polen los pelos de punta.
Supongo que todo tendrá su explicación. Y la tiene. Me gustan los justos términos medios: aquellos chicos que son tiernos cuando tienen que serlo, muy pasionales, un tanto camaleónicos, que saben ser fuertes pero también saben derrumbarse, que no piensan que llorar es de mujeres, que saben pedir ayuda y están para darla, que cuando dicen cualquier cosa del tipo “mi vida”, “mi amor”, lo hacen porque lo sienten, no como mero apelativo o como burda copia de lo escuchado en amores ajenos (va a ser que por eso no soporto los “caris” ni los “princesas”)
Sé que es injusto por mi parte ser tan radical, sobre todo porque supongo que yo he ido ahogando debajo de capas de desilusión a la niña romántica que fui un día y que si rascan un poquito, puede que les salga una leyenda de esas que dice “Premio”, pero no nos llevemos a engaño ya que también puede aparecer esa otra, más común, que reza “Sigue buscando, hay miles de premios”.

¿Quién soy?

Soy una chica de 31 años cansada de esperar príncipes azules y dispuesta a aceptar a cualquier rana que consiga poner patas arriba mi frío corazoncito. Abstenerse incrédulos y tantos otros. Cachis, olvidé decir que soy tremendamente complicada, y que tengo un humor bastante ácido, y que soy irónica, y muy alegre, y sé estar triste, y... ay, mejor atrévanse a conocerme.